“Los libros son un gran regalo porque tienen mundos enteros dentro de ellos. ¡Y es mucho más barato comprarle a alguien un libro que comprarle el mundo entero! » Neil Gaiman
Hay algo de paradojicidad en hacer regalos. Toda esa presión por honrar y, al mismo tiempo, reflejar la cercanía que tenemos con alguien en un objeto que se pueda envolver, decorar con un moño y entregar. Como si de un momento a otro la relación fuera sometida a una feroz prueba de fuego, sintetizada en el cambio de manos de un regalo. No sólo es un ejercicio práctico, es también todo un suceso psicológico. Regalar nos hace felices, y nos llena de ansiedad, pero también nos pone de frente al gran dilema existencial: qué regalar.
Es difícil imaginar un regalo más poderoso que un libro. Como dice Gaiman, si un libro es un mundo, cuesta concebir un regalo más inmenso. Los libros, resulta ser, no sólo fueron los primeros regalos de Navidad producidos comercialmente, sino que fueron esenciales a que esta se convirtiera en la fiesta de consumo que hoy conocemos. En Battle for Christmas (1988), Stephen Nissenbaum cuenta que en los albores del gran negocio de las fiestas navideñas, los libros representaban más de la mitad de los regalos que se publicitaban.
A principio del Siglo XIX, cuando la Navidad todavía era considerada principalmente una fiesta religiosa y no una fiesta para las cajas registradoras de los comerciantes, la idea de regalar algo que no estuviera hecho a mano era impensable. Fueron los editores quienes ayudaron a instalar al regalo producido en serie como una opción viable, inventando el género de los “Gift Books” especialmente diseñados para ser entregados a nuestros seres queridos. Para disfrazar su carácter no artesanal, estos incluían una “placa de presentación” que permitía personalizar la dedicatoria en la primera página.
No es casual que el origen de la tradición comercial navideña esté tan fuertemente vinculada con la industria editorial.
Un buen regalo no necesariamente es aquel que la otra persona desea, sino que es aquel que simboliza el vínculo que une a quien da con quien recibe. Cuánto más importante nos sea el vínculo, mayor será la motivación por dar en el blanco.

Tendemos a sobrestimar el valor de los regalos personalizados frente al dinero o incluso frente a un pedido explícito. Varios estudios muestran que asumimos que por haber elegido un regalo nosotros será mejor recibido que si hacemos caso y regalamos exactamente lo que nos piden. Del otro lado, sin embargo, hubieran preferido que hiciéramos caso.
Tendemos a sobrestimar nuestra capacidad para predecir la reacción que los demás tendrán ante nuestras acciones, así como tendemos a sobrestimar lo transparentes que nuestras intenciones y estados internos son para los demás. Quienes reciben tienden a apreciar más aquellos regalos que surgen de una lista predefinida, pero quienes regalan tienden a creer que da igual respetarla o no. Paradójicamente, quienes regalan tienden a pensar que no respetar la lista será considerado más atento y considerado, cuando en realidad el respetarla suele transmitir aún mayor aprecio y respeto.
En Islandia todos los años sucede la Jólabókaflóð o “inundación de libros por Navidad”. Durante este período de dos o tres meses previos a Navidad se publica la mayoría de los títulos islandeses. Cada 24 a la noche, se regalan libros y luego se pasan la noche leyendo. La tradición surgió en la posguerra, cuando el papel era de los pocos insumos no racionados y los libros pasaron a ser el regalo perfecto. Incluso cuando podría hacerse cualquier otro regalo, la lectura se volvió una marca identitaria tan fuerte que la tradición se mantiene.
Dar un regalo no es más que el alegre ritual de generar libremente símbolos del afecto que sentimos por alguien más. Regalar es una forma de dar gracias. Y un libro, con todo lo que implica, quizá sea el mejor regalo.
Fuente: Cómo funcionan las cosas de Valentín Muro